A propósito de la declaración de estado de emergencia por parte del gobierno en varias zonas de
El año pasado los blogs y periódicos se llenaron de voces que no comprendían cómo los indígenas querían seguir siendo pobres. La premisa es que la venta o disposición libre de sus tierras los haría más ricos. Tampoco entendían por qué los indígenas querían seguir viviendo en la barbarie cuando la civilización y la modernidad les podían dar tanto. Aquí se presumía que la vida de los indígenas amazónicos es la barbarie y el caos, mientras la vida en la ciudad es civilización (¡). Ninguno comprendía cómo las tierras indígenas podían ser defendidas con tanto ahínco por sus dueños ancestrales si éstas no tenían ningún valor. La idea subyacente es que las tierras tienen valor sólo cuando son productivas, cuando son explotadas o vendidas bajo los términos del mercado.
Pero la recriminación mayor no era una explicación de las razones indígenas, sino la exigencia de renunciar a todas estas ideas e ideales que aparentemente van en contra de la corriente del pensamiento único y predominante, en contra del dogma de la modernidad, el desarrollo y el progreso, y contra el cual no debe haber manifestaciones, ni dudas, ni murmuraciones; ese pensamiento unívoco que se ha enquistado en el sentido común de la mayoría de ciudadanos, y cuya validez universal es hoy puesta en duda por los indígenas de la amazonía. No por gusto es que los que no comulgan con estas ideas han sido denominados “perros del hortelano”.
No se trataba entonces de entender lo que los indígenas piensan y sienten, sino de que éstos entiendan cómo pensamos nosotros y nos emulen. Aquí la premisa es que nosotros vivimos bien, mientras ellos padecen una vida miserable; que nosotros entendemos, mientras ellos no; que nosotros no somos los manipulados sino ellos; en suma, que nosotros somos felices, mientras ellos son incorregiblemente infelices. No se trataba de entender, sino de anularlos como interlocutores de un mensaje que no debe tener resonancia.
Para marcar un paralelo mencionaremos como ejemplo la nacionalización de la banca que decretó Alan García en los años 80s. En ese momento nadie se preguntó por qué los dueños de los bancos defendían con tanto ahínco sus predios, por qué usaron estrategias legales para defender lo que era suyo, por qué nadie se preguntó si los afectados eran o no manipulados, por qué muchos apóstatas de la medida salieron a la calle para reclamar al gobierno, por qué se consideraba que la banca privada era fundamental para la vida nacional.
Es tanta la diferencia entre las demandas indígenas de hoy y las del sector bancario de los años 80s? Por qué no reaccionamos igual frente a las demandas de unos y de los otros? No es cierto que ambos defienden lo que creen que es legítimamente suyo? No es cierto que ambos creen que las medidas del gobierno fueron y son ilegítimas? No es acaso cierto que ninguno de estos sectores fueron consultados al respecto? No es cierto que lo que reclaman es que se atropellen sus derechos en nombre de un credo en el que no creen? No es cierto que, finalmente, salen a protestar contra medidas que les imponen el pensamiento único y el dogma del gobierno?
El “interés nacional” ha tenido distintas caras pero siempre la misma soberbia. A los representantes del “interés nacional” no les interesa aprender sólo presumir lo que ya saben e imponer lo que les ha sido dictado desde los cánones del poder. Los necios no quieren aprender otras formas de ser porque no les interesa aprender, les basta con imponer su pensamiento a los otros sin someter al escrutinio esa certeza de la que están tan orgullosos pero que los indígenas amazónicos saben irremediablemente endeble. Al necio no le interesa aprender…sólo quiere convertirnos a todos en necios.
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