La amenaza saludre de la mina San José
Al norte de la ciudad de Oruro se hallan los desechos mineros de décadas de la mina
San José. Un gigante formado por 2,4 millones de toneladas de piedras que contienen
arsénico, cadmio, níquel y plomo, entre otros minerales. Varios de ellos son
reconocidos como cancerígenos y amenazan a los mineros, los habitantes de dos
barrios y a todos los de la urbe orureña
La ciudad de Oruro es guarida de milenarias leyendas, como de los sapos, las
víboras, los lagartos, los dragones, las hormigas… que le dan a la capital del
folklore un toque de misticismo. Por ello, a su ingreso se hallan las réplicas
pétreas de estas alimañas de fábula que fascinan a los turistas… Pero al norte de la
urbe se erige un monstruo que no proviene de ningún cuento. Es un vecino silencioso
pero letal de dos zonas humildes: Barrios Mineros y 10 de Febrero, asentadas cerca
de la mina San José.
Este monstruo está formado por piedras que encierran metales nocivos y que se
expresan en colores de muerte. Mide como un edificio de cinco pisos y su cúspide
alberga a cooperativistas que picotean y dinamitan las vetas explotadas por siglos.
Además es un patio de juegos, especialmente para los niños como Abel y Samuel
Echeverría, de 6 y 11 años, respectivamente; pequeños cazadores de arañas,
escorpiones y lagartijas para convertirlos en mascotas. Su ropa llena de tierra
muestra su dedicación para hallar a sus víctimas en medio de las entrañas del
monstruo metálico.
Así como la mayoría de los habitantes del lugar, ellos desconocen que este monstruo
encierra en su cuerpo partículas que pueden dañar su organismo. Y la alerta no es
gratuita: estudios científicos de los institutos de Química y de Genética de la
Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés detectaron allí, por
ejemplo, la presencia de altos grados de arsénico y cadmio, causantes de retraso
mental y cáncer. Es que el engendro es contaminante; más todavía, es un monstruo
tóxico que amenaza la vida de sus vecinos.
La raíz de TODOS los miedos
El monstruo tóxico es de temer en peso y estructura. De acuerdo con la radiografía
llevada a cabo por la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), la inmensa montaña
posee 2,4 millones de toneladas de piedras de variopintos tamaños con una
“composición polimetálica”, la cual se extiende al líquido que mana de ellas tras
ser bañada por las lluvias. La explicación de la doctora María Eugenia García, del
Instituto de Química de la Universidad Mayor de San Andrés, especifica que en las
rocas sobresale la presencia de arsénico, cadmio, níquel, plomo, entre otros
minerales.
Varios de los metales que dan forma a este gigante son catalogados por la
Organización Mundial de la Salud y por la Asociación de Protección Ambiental (EPA,
por sus siglas en inglés) como cancerígenos, especialmente el arsénico, que puede
provocar el debilitamiento en las células de los pulmones, del estómago y del
cerebro. Son desechos mineros, desmontes, que en la jerga del rubro se llaman
“pasivos ambientales” que no son aprovechados por la labor artesanal de los
cooperativistas que perforan la zona, ante su incapacidad de procesarlos por la
falta de un ingenio.
A la hora de preguntar quién engendró esta cumbre metálica, los actuales mineros
levantan sus manos como señal de inocencia y noimportismo. Lo claro es que el sitio
fue alimentado por residuos mineros durante décadas. El presidente de la Federación
Departamental de Cooperativas Mineras de Oruro, Eduardo Berdeja, indica que éstos no
pertenecen a la faena contemporánea de sus afiliados, sino provienen de los antiguos
trabajadores de la Corporación Minera de Bolivia. “No botamos ningún desmonte”.
Es que el monstruo tiene más de medio siglo de vida y fue armado con restos de las
entrañas de una leyenda: la mina San José. Los que aún penetran sus socavones
coinciden en que en su área norte operaban los obreros de Carlos Aramayo, Mauricio
Hoshild y Simón Patiño, los “barones del estaño”. Extraían entre 200 y 300 toneladas
anuales de minerales. Sólo aprovechaban las rocas con altos contenidos de estaño y
de plata, y por falta de tecnología dejaban los residuos con bajo contenido de
arsénico, cadmio, plomo… Los botaban y dejaban a la intemperie.
Y la montaña siguió creciendo. Después de la Revolución Nacional de 1952, con el
nacimiento de la Corporación Minera de Bolivia, ésta se hizo cargo de la faena en
San José y aplicó la estrategia de sus antecesoras: sólo se preocupaba por los
minerales de calidad, las demás rocas engordaban la herencia de los desmontes. El
técnico de la Dirección de Medio Ambiente de la Comibol Carlos Dorado confirma que
los desechos son de la época de los “barones del estaño”, de la Comibol y de los
cooperativistas.
Estos últimos han logrado la concesión del sector y dominan sus parajes en la
actualidad. Su arribo fue en los años 90, de acuerdo con el relato de Berdeja, luego
del vía crucis que padecieron los trabajadores de la estatal minera que quedaron sin
fuentes laborales después de la “relocalización de las minas” ocurrida en el
Gobierno de Víctor Paz Estenssoro y el lanzamiento del Decreto 21060. Los ex obreros
asalariados, que en muchos casos recibieron indemnización del Estado, se
convirtieron en “cooperativistas” con el tiempo.
Hoy, según los datos de la Federación Departamental de Cooperativas Mineras de
Oruro, en San José se hallan asentadas cinco cooperativas que reúnen unos 2.000
miembros: Multiactiva Corazón de Jesús, 10 de Febrero, La Salvadora, Itos y Nueva
San José. Las tres primeras tienen su cuartel general cerca del monstruo de metal,
conviven con sus piedras polimetálicas y la copajira o ”aguas ácidas” que nacen de
éste —tras ser rociado por las lluvias— y de las bocaminas, en la zona Noroeste. Las
restantes dos se hallan en la zona Sur, en el frente, un poco más a salvo.
Todos estos grupos sindicalizados, explica Berdeja, extraen minerales de alta
calidad, entre ellos plomo, plata, estaño, zinc, antimonio, que son comercializados
al mercado interno o sirven para la exportación. Los de baja ley son dejados dentro
de la mina. Es decir, los cooperativistas no promueven desmontes; sin embargo, están
obligados a trabajar rodeados por ellos desde que inician su faena y hasta que la
concluyen: de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. Una tarea artesanal que es
pergeñada con la ayuda de la dinamita para abrirse senderos “a la mala”.
El producto extraído es depositado en saquillos que son cargados en la espalda y
trasladados a pie por mineros con casco, overol y botas, que simplemente se cubren
el rostro con bufandas para soportar los olores inaguantables y letales del interior
de la mina. Entre las cooperativas, sólo Nueva San José tiene equipo para procesar y
seleccionar las rocas. Las demás son nichos precarios que luchan por aprovechar su
“cuarto de hora”: la leve recuperación de los precios de los minerales en el mercado
mundial, tras el boom de años atrás y la aún vigente crisis económica.
Los cooperativistas de Multiactiva Corazón de Jesús, 10 de Febrero y La Salvadora
tienen un temple de acero, no se amilanan a operar en medio de un clima contaminado,
tal vez por falta de información, por incredulidad a los efectos nocivos, o porque
no les queda de otra. Sólo saben que no son culpables de la presencia del monstruo
que está a 100 metros de ellos, sino de la copajira que emerge de sus bocaminas;
pero tampoco le temen a esas aguas ácidas porque se bañan en ellas e incluso lavan
su ropa de trabajo en el caudal de colores que fluye por ese territorio.
Pero, de acuerdo con estudios científicos recientes, la montaña de desechos mineros
que acompaña a la mina San José y que se ha vuelto parte de su paisaje es una bomba
de tiempo tóxica que está activada y que amenaza no solamente al organismo de los
obreros, sino a más de un millar de pobladores que han construido sus viviendas
abajo, precisamente al pie de los desmontes, a menos de 50 metros de distancia de
ellos. Orureños que tienen motivos para preocuparse y que aún no toman sus recaudos.
El trío contaminante
Debajo del gigante metálico se erigen dos zonas: Barrios Mineros y 10 de Febrero.
Son ejemplo de la falta de prevención ante los riesgos de la contaminación. El
primer sitio tiene casi tres décadas de vida. Su historia confluye con la expansión
urbana de Oruro y el asentamiento de ex operarios de la Comibol y de empresas
privadas que explotaron las ricas vetas de San José, y que lograron una
indemnización que les benefició con terrenos aledaños para que edificaran sus
hogares.
Con el tiempo se instalaron las familias de los cooperativistas, que igual dieron
nacimiento a la 10 de Febrero, para que los mineros llegasen más fácilmente a sus
fuentes laborales. Berdeja recuerda que a inicios de este siglo emergieron allí las
primeras construcciones. No hubo posibilidad de frenarlas, a pesar del peligro que
infunde la cercanía del monstruo tóxico; no obstante, comenta que su presencia es
más cercana para los lugareños de Barrios Mineros; mientras en la otra zona, las
personas sufren por el paso de la copajira.
Actualmente hay más de mil habitantes en ambos sectores que toman al coloso de 2,4
millones de toneladas de piezas polimetálicas como un vecino más. Pero esa presencia
es peligrosa. ¿Por qué? El Instituto de Química de la Universidad Mayor de San
Andrés hizo una recopilación de muestras en agua, aire y tierra en el área dominada
por los desmontes, tres vías por las cuales éstos pueden ser perjudiciales para
seres humanos, dice a Domingo la responsable del proyecto, María Eugenia García. Los
datos son motivo de alerta.
La especialista explica que estos desechos mineros contienen metales que pueden ser
perjudiciales para la salud, como el arsénico, el cadmio, el zinc, el antimonio o el
plomo, siendo los dos primeros los más letales. La primera vía de reacción de esta
contaminación hacia los habitantes de estas zonas se realiza por culpa del aire,
porque estos pequeños trozos metálicos se mezclan y son transportados hacia las
fosas nasales, los ojos y la piel, provocando en corto plazo irritaciones y olores
fétidos que pueden resultar dañinos para el sistema respiratorio.
Pese a ello, los vecinos parecen resignados a lidiar con estas dificultades.
Patricia Miranda Álvarez reside en Barrios Mineros desde hace 20 años, adonde llegó
con su familia siendo una quinceañera. Hoy trabaja de costurera y asegura que sufre
problemas respiratorios y que “cada vez que me da gripe no puedo sanarme con los
remedios comunes”. Relata que evita pasar cerca del gigante de piedras polimetálicas
bajo el que está su zona, porque le provoca “malestares y dolor de cabeza”.
La polución no viaja sólo por aire, el Instituto de Química determina que la segunda
reacción de los desmontes es por el contacto con el agua. García informa que, cada
vez que llueve, el agua se mezcla con éstos, formando lagunas y ríos verde
amarillentos. Las pruebas de esas “aguas ácidas” denotaron altos niveles de arsénico
y otros metales. Esto provoca que el daño ambiental se extienda y que los metales
insalubres se adhieran al suelo, a las casas y hasta a la ropa y los zapatos de los
pobladores. “El agua puede ser igualmente dañina cuando se respiran sus emanaciones:
olor horrible y penetrante como fierro oxidado”.
El último factor contaminante, la copajira, aguas ácidas expulsadas de las bocaminas
para que los socavones no se inunden. García manifiesta que este líquido tiene
elevados contenidos de arsénico y cadmio en su estructura, y sus balances de pH3
(gas incoloro, inflamable y que huele a ajo o pescado podrido) provocan que sean
aguas “tóxicas” que se encuentran en contacto con el suelo y canales artificiales
que llegan a ríos del noreste que luego acaban en los lagos Uru-Uru y Poopó.
La experta subraya que es difícil precisar si estas aguas ácidas son las culpables
plenas de que los manantiales cercanos estén contaminados, “porque al ser aguas
alcalinas no tienen niveles comunes neutros”; aunque en las muestras se estableció
que existían valores de arsénico y cadmio en su composición. La copajira emana
principalmente de una bocamina, la cercana a la cooperativa 10 de Febrero y lleva a
cabo su recorrido por un canal artificial tiñendo todo a su paso. Una procesión que
guarda el color de la muerte.
No obstante, estas pistas lúgubres parecen no alterar las ansias de expansión en
Barrios Mineros y 10 de Febrero. El responsable nacional de Relaciones Comunitarias
y Manejo de Información de la Dirección de Medio Ambiente de la Comibol, Gonzalo
Salas, subraya que esta situación tiene una razón: la “falta de conciencia
ambiental” para que las personas construyan sus casas por necesidad y “sin pensar en
la contaminación” imperante. Sin embargo, para la estatal minera, los efectos
nocivos en la salud, fruto de esta polución, son por ahora especulaciones (leer
entrevista de la página 19 de este especial).
El presidente de la cooperativa Multiactiva Corazón de Jesús, Ramiro Helguero,
arguye que habitó toda su vida en Barrios Mineros y nunca experimentó daño alguno en
su salud o en la de sus hijos. “Gracias a Dios todos mis descendientes están sanos”.
Pero alega que los desmontes acumulados son un perjuicio para la población cuando
llueve, por la copajira y su olor nauseabundo. Y junto con los líderes de las
cooperativas 10 de Febrero y La Salvadora, sostiene que la contaminación los obligó
a acogerse a los proyectos de mitigación apoyados por la Comibol.
En criterio de Helguero, es inevitable el crecimiento de Barrios Mineros, y adelanta
que tras la limpieza de los residuos sus trabajadores tendrán el derecho de edificar
sus hogares en los terrenos que les pertenecen, encima del monstruo tóxico. Al
respecto, el presidente de la cooperativa 10 de Febrero, Egberto Rivera, asevera que
ya cuentan con una licencia ambiental para ampliar la zona del mismo nombre; por
eso, allí las viviendas se reproducen actualmente como hongos, por donde se mire hay
albañiles en plena faena.
Helguera adiciona que una solución para las aguas ácidas provenientes de las
bocaminas es encauzarlas a las afueras de la ciudad orureña, porque si se las deja
en la mina San José pueden perjudicar a los habitantes del centro de la urbe, ya que
“podrían salir por los respiradores que se asientan en la iglesia del Socavón, en la
calle Aldana y cerca del Hospital General”. No obstante, lo expuesto es solamente la
punta de un ovillo de amenazas sobre los vecinos del gigante metálico, porque en el
horizonte estaría el cáncer.
La sombra de la desgracia
Darling Nena Clavijo es madre de un niño de ocho meses: Adi. Viven en Barrios
Mineros. Su pequeño era acosado por enfermedades respiratorias y fiebres al extremo.
Ella tiene 23 años y recuerda que de niña jugaba por los alrededores del monstruo
tóxico. Desde entonces no soporta pasar por el sitio cuando cae la lluvia,
generalmente entre diciembre y febrero, por el aroma “a mina”, aroma que se quedó en
su memoria olfativa. Al hablar, una mueca de asco inunda su rostro.
Lo que Darling quiere saber es si ella y su hijo han sido dañados por los desechos
mineros de San José. No cualquier daño, sino celular. El Instituto de Genética de la
Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés, en el marco de la
convocatoria de investigación sobre Contaminación minera en Oruro y Potosí del
Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB), presentó su proyecto para
determinar el daño genotóxico en madres y niños de la zona. Con cooperación del
Proyecto Mi Niño-ToxBol se tomaron muestras de saliva y orina de varias personas.
El estudio plantea que las madres auscultadas presentaron rangos de 0 a 729,2
miligramos de arsénico por gramo de creatina en su orina. La coordinadora María
Eugenia Ascarrunz explica que estas cifras superan los grados permitidos por la
Asociación de Protección Ambiental de Estados Unidos: hasta de 50 miligramos de
arsénico por gramo de creatina. “Niveles más elevados podrían significar daños en el
organismo e intoxicación lenta”. Y como se sabe, el arsénico es un metal pesado que
puede ocasionar cáncer.
Además se analizó la presencia de cadmio en la orina de madres y de niños, la cual
está en niveles aceptables. Esto implica, según Ascarrunz, “que (los pacientes) no
tienen un grado de intoxicación, pero por las características del cadmio, de todas
maneras, puede significar una alteración en las células a largo plazo”. Las muestras
tienen rangos de entre 0 y 1,6 microgramos de cadmio por gramo de creatina, siendo
lo permisible hasta cinco microgramos de cadmio por gramo de creatina.
El proyecto evaluó asimismo a 145 madres con edades de entre 19 y 42 años; de ellas,
125 presentaron “aberraciones celulares”, “presencia de micronúcleos”, o sea,
alteraciones en su estructura celular. Entonces, el 86,2 por ciento tiene estos
problemas en su organismo. Las conclusiones de la averiguación dictan que las
progenitoras con daños celulares pueden legar estas “aberraciones” a sus hijos
durante el embarazo, es decir, los niños pueden nacer con malformaciones físicas e
internas; este cálculo tiene un margen de error de 0,01 por ciento.
También se extrajeron pruebas de saliva de 145 infantes (68 niñas y 77 niños) de
entre 11 y 23 meses de edad. Y coligiendo los datos con los resultados anteriores se
identificó que 124 de ellos presentaron “aberraciones celulares” heredadas de sus
madres, un promedio de 85,1 por ciento que por este daño en sus células puede
contraer cáncer en el futuro si no recibe tratamiento adecuado. Aparte de que pueden
experimentar la merma de su coeficiente intelectual y sufrir la generación de
tumores a edades tempranas.
Las doctoras Flavia Barbieri y Pamela Paco, del Proyecto Mi Niño-ToxBol, trabajan
ahora en la detección temprana de estas enfermedades en los niños y los peligros en
la gestación de las progenitoras de Barrios Mineros. Aparte del impulso al
diagnóstico anterior, otorgan consejos y soluciones médicas para superar estos
problemas salubres. Paco adiciona que con las muestras se determinó también los
bajos niveles de nutrición que afectan al organismo y por eso se implementan planes
para que las madres abastezcan su cuerpo de minerales, vitaminas y carbohidratos,
para revertir los efectos nocivos descubiertos.
Otro estudio coordinado por Ascarrunz y publicado por Domingo alerta de similares
problemas ambientales por desechos mineros con los habitantes de Alto Lima de El
Alto. Su documento concluyó que los sujetos que fueron estudiados y que tenían
mayores niveles de plomo en la sangre presentaban un “daño celular irreparable”,
sobre todo las mujeres, es decir, sus células iban a tener dificultades de
regeneración con el tiempo, dejarían de tener un normal funcionamiento por culpa de
la polución absorbida por sus organismos.
De 59 niños, 29 portaban plomo por encima de lo aceptable. De este último grupo, 60
por ciento presentó mutaciones en sus células. Aparte, de 62 mujeres, 38 mostraban
niveles superiores a los diez microgramos de plomo por decilitro de sangre, y de
estas últimas 75 por ciento tenía daños irreparables en sus células y están
expuestas a desarrollar cáncer en pulmones o estómago y tumores renales, y los
infantes, a deficiente crecimiento, disminución del coeficiente intelectual y, en
casos extremos, malformaciones externas e internas en el organismo de los recién
nacidos, si los padres les transmiten genes dañados.
Ascarrunz y sus colaboradores quieren evitar que esto avance también en San José. Mi
Niño-Toxbol y el Instituto de Genética desarrollaron medidas que contrarrestan los
efectos expuestos, impulsando el consumo diario de frutas y verduras, además del
monitoreo del crecimiento de salud de madres y niños que participan en el proyecto.
Precisamente Darling se inscribió recién a éste, mas aún no sabe si tiene o no daños
celulares o alto contenido de arsénico en su organismo; pero no se cansa de
agradecer por la atención brindada, porque su hijo está mejor de salud.
¿Soluciones o parches?
Pero ¿qué sucederá con los desmontes mineros de San José? Carlos Dorado, técnico de
la Dirección de Medio Ambiente de la Comibol, dice que su entidad se hará cargo del
levantamiento de estos pasivos ambientales mediante los programas de mitigación, a
pesar de que no son de su propiedad. Esto permitirá que los cooperativistas trabajen
tranquilamente. O sea, se trasladarán las más de dos millones de toneladas de
residuos a la parte superior de la mina y se las enterrará con capas de arcilla para
que no afecten al aire.
El plan ya está en marcha. La zona está habitada por excavadoras y volquetas de alto
tonelaje que no apagan su ruido durante la semana en su labor de remover los
desechos, la cual provoca que nubes de tierra dominen la atmósfera, y por ende la
irritación de las fosas nasales y un sabor a fierro y metal en la garganta. Eso sí,
Dorado aclara que la estatal minera no se hará responsable de las aguas ácidas que
provienen de las bocaminas, es decir, se desconoce quién las eliminará porque está
en entredicho su propiedad; pero reconoce que la mayoría de su caudal proviene del
socavón de la cooperativa 10 de Febrero.
Helguera, presidente de Multiactiva Corazón de Jesús, describe que se pretendía
hacer un tratamiento para purificar la copajira o construir canales y zanjas para
que sus aguas no entren en contacto con las personas o el terreno y puedan
desembocar en otro lugar. Pero todo quedó en el papel. Incluso informa que se
propuso cerrar la mina junto con los desechos para terminar con la polución, y los
cooperativistas se opusieron porque se calcula que la veta todavía tiene 40 años más
de vida. Ellos guardan esperanzas en la mitigación, sobre todo para edificar sus
viviendas en los terrenos asentados en el monte minero.
Todo está en manos del Gobierno, en teoría, porque Cleto Ignacio, técnico de la
Dirección de Medio Ambiente de la Prefectura de Oruro, comenta que su repartición
sólo está autorizada a comprobar los avances de la limpieza de los residuos
minerales en el área en cuestión, y que se cumplan los puntos del cronograma de
licencia ambiental. Revela que la mitigación realizada hace tres años no dejó buenos
recuerdos, porque las técnicas desarrolladas no fueron de las mejores y provocaron
hundimientos en la superficie y derrumbes en los socavones de San José.
Mujeres y niños de Barrios Mineros tienen por el momento el apoyo de Mi Niño-Toxbol
y el Instituto de Genética de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San
Andrés. Se pretende regenerar sus células dañadas. Al respecto, la doctora Ascarrunz
explica que la célula, al ser un organismo vivo, tiene esa capacidad regenerativa,
pero muchos de los metales hallados en los desmontes perjudican ese ciclo natural, y
se ha puesto manos a la obra en un plan de nutrición para evitar la formación de
células cancerígenas.
Esto se halla a cargo de Barbieri y Paco, que orientan a madres e infantes a comer
verduras y frutas, pero como éstas sólo llegan por temporadas al mercado Barrios
Mineros, también se les administran vitaminas antioxidantes que reemplacen esa labor
nutricional. Paco señala que como doctoras intentan “intervenir para revertir los
daños que se detectaron tempranamente”. Barbieri remarca que lo importante es
generar ese hábito alimenticio, tal como sucede con Darling Clavijo. Y se espera que
las progenitoras de la zona tomen conciencia del peligro que las rodea y asuman ser
parte de este emprendimiento.
Ascarrunz junto a la responsable de la Dirección de Comunicación de la Facultad de
Medicina, Cristina Mejía, intentan iniciar programas de socialización para impulsar
el consumo de alimentos o vitaminas antioxidantes para revertir lo hallado en el
estudio. A la par, el Instituto de Química de la Facultad de Medicina, a cargo de
María Eugenia García, añade que se deben realizar los procesos necesarios para
“encapsular” los pasivos mineros de San José, “responsables de la contaminación
ambiental que afecta la salud”.
Eso no es todo. La polución minera en Oruro lleva a pensar a Ascarrunz que puede ser
la respuesta a algunos datos preocupantes que provienen de informes del Servicio
Departamental de Salud. Es que este departamento con 447.468 habitantes está
asediado por la actividad de más de 300 minas que han provocado severos daños
ambientales en la población, de tal manera que el Viceministro de Medio Ambiente,
Biodiversidad y Cambios Climáticos, Juan Pablo Ramos, declaró la zona “en emergencia
ambiental”.
La tasa bruta de natalidad de la región es de 24,24 nacimientos por cada mil
habitantes, inferior al promedio nacional de 26,84. Tiene una tasa de mortalidad
infantil de 51,89 muertes de menores de un año de edad por cada mil nacidos (tasa
nacional de 43,18). Allí mueren 88 niños antes de cumplir el primer año de vida por
cada mil nacidos, cuando el promedio nacional es de 54 por cada mil nacidos. Y estos
diagnósticos podrían estar relacionados con la alta actividad minera.
Se pretende encapsular al monstruo tóxico tras más de media centuria de vida en San
José. Abel y Samuel continúan jugando en los desechos mineros. Sus padres nunca les
advirtieron de las enfermedades que rondan por respirar el polvo, por el contacto
con la tierra y las aguas ácidas sobre las que ponen sus barquitos de papel. Para
ellos, son sólo “aguas de colores”. Más aún, entran y salen de la bocamina de la
cooperativa 10 de Febrero, donde los trozos de metales brillan en la oscuridad.
Así se divierten todos los días. Su ropa está sucia y un color plateado resalta en
las rodillas de sus pantalones, son diminutos trozos del gigante metálico… Es hora
de comer. Corren a casa. Mamá les puede reñir si llegan tarde. El día no fue
productivo: no hallaron ni una lagartija, araña o escorpión. Pero antes de partir
resbalan por el coloso de piedras. Un monstruo que amenaza a los mineros, dos
barrios humildes y a toda la ciudad orureña.
El arsénico y sus efectos nocivos
El arsénico es un metal pesado, una vez que se encuentra en el medio ambiente
permanece en él durante muchos años. Los organismos de salud han tratado de
eliminarlo de alimentos procesados y enlatados, por los efectos que puede causar en
la salud humana. Hay dos formas de intoxicación: la aguda, por contacto con grandes
cantidades en un periodo corto de tiempo, y la crónica, por pequeñas cantidades
durante mucho tiempo. Los pobladores de Barrios Mineros y 10 de Febrero se enfrentan
con una intoxicación crónica y distintos estudios han determinado que ello puede
generar anorexia acompañada de alteraciones gastrointestinales, neuritis periférica,
conjuntivitis, hiperqueratosis y melanosis u oscurecimiento de la piel, un factor
que da lugar al cáncer. El arsénico es uno de los pocos elementos químicos
clasificados por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus
siglas en inglés) y por la IARC (International Agency of Research of Cancer) como
carcerígenos y recientemente fue asociado a la formación de cáncer en la vejiga,
pulmones, hígado y riñones. Entre la gama de males que puede originar la exposición
del arsénico aparecen las lesiones cutáneas, efectos neurológicos, hipertensión,
enfermedades vasculares periféricas y respiratorias, anemia, aumento del riesgo de
enfermedades cardiovasculares, diabetes y daño hepático. Otros estudios demostraron
que la exposición prolongada provoca en los niños la reducción del coeficiente
intelectual (IQ).
El reglamento ambiental minero
Todas las empresas, cooperativas o corporaciones mineras deben cumplir con los
artículos de la siguiente normativa:
Artículo 4. Los concesionados u operadores mineros deben contar con una licencia
ambiental para la realización de actividades mineras conforme a la Ley de Medio
Ambiente y el Código de Minería.
Artículo 34. Se prohíbe botar, abandonar y depositar residuos sólidos
minero-metalúrgicos en áreas no autorizadas y en forma diseminada o desordenada.
Artículo 35. El transporte de residuos desde el lugar de generación hasta el de
almacenamiento o disposición final debe realizarse previniendo riesgos que amenacen
la vida, la salud de las personas y el medio ambiente.
Artículo 84. Los sólidos deben almacenarse en lugares que permitan su utilización
como relleno de pozos o trinchera. Los excedentes no utilizados en el relleno de
pozos y trincheras deben dispersarse en el suelo para no formar desmontes ni
acumulaciones permanentes.
Artículo 86. Los residuos tóxicos y combustibles deben enterrarse en fosas
impermeabilizadas y señalizadas.
Artículo 96. Las aguas residuales de perforación, el drenaje ácido de mina y los
efluentes de operaciones de concentración deben ser canalizados, reunidos,
sedimentados y clarificados antes de su descarga a cuerpos de agua.
Artículo 101. El piso de toda nueva acumulación de residuos con potencial de
generación de agua ácida debe impermeabilizarse para evitar infiltraciones si las
características del piso son permeables. Se debe construir zanjas alrededor de una
acumulación para interceptar y recolectar filtraciones, que deben conducirse a un
estanque de sedimentación.
Artículo 106. Toda acción u omisión que viole las disposiciones es una infracción.
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